Voy a contar una historia, simplemente, porque quiero. Y, bueno, tal vez, necesite sacarla un poco de mà - sólo un poco.
EL PRIMER DIAGNÓSTIGO
El primer diagnóstico llegó a mi jardÃn cuando yo tenÃa cinco años, la directora lo habÃa solicitado. Supuestamente, era autista y tenÃa problemas no sólo para sociabilizar con mis pares sino también de concentración. Hay que ir por todo, ¿no?
Las maestras y la directora tuvieron una reunión con mis padres, no sabÃan qué hacer conmigo: no querÃan volver a echarme -ya me habÃan echado de un colegio en salita de uno- pero sabÃan cómo 'manejarme'. Me quedé hasta la pequeña graduación. Unos meses después, dijeron que habÃa sido mal diagnosticada.
Comencé la primaria 'limpia' y 'sana' pero ni bien comenzaron las clases me mandaron a una psicopedagoga. Evidentemente, seguÃa teniendo problemas de concentración. El colegio me mandó a ajedrez, yo me negué a jugar. Pasaron los meses y llamaban a mis papás por cualquier cosa, principalmente, para molestarles y que me saquen de ahÃ. Lo lograron, empecé segundo grado en otro colegio.
EL SEGUNDO DIAGNÓSTICO
El segundo llegó en segundo grado, éste fue bárbaro: trastorno histriónico de la personalidad. Antes no podÃa ni hablar y ahora no podÃa dejar de llamar la atención, para la psicologÃa, claro. Creo que todo comenzó cuando empezamos a tener catequesis y yo opté por pensar: dejé de ir. Sólo recuerdo haber asistido a una clase que, por cierto, era en uno de los recreos -¡como si el hecho de tener esa materia/ese taller no fuese lo suficientemente cruel!-. Cuando me llamó la directora para preguntarme por qué no iba yyo respondÃ: porque es en el recreo (prioridades, duh) y porque no creo en dios. Boom. Me miró horrorizada y me preguntó si mis padres estaban enterados, le dije que yo qué sabÃa y, adivinen qué hizo: los citó a una reunión para discutir mi 'situación'. Claramente, yo sólo buscaba llamar la atención. Y, de nuevo, a salud mental. Esta vez fuimos a una psicóloga. La detesté muchÃsimo y aún asà la tuve por casi dos o tres años. Ella fue la gloriosa que llevó el diagnóstico al colegio. Sólo me quedé un años más y después me cambié.
EL TERCER DIAGNÓSTICO
Para hablarr del tercero, les tengo que poner un poco en contexto: hice de cuarto a séptimo grado en otro colegio. En ése colegio conocà a personas que me hacÃan sentir al e hice sentir mal a varias personas. Me enamoré por primera vez y de una chica. Empecé a verme cada vez más fea y a estar disconforme con mi peso. Besé a chicos porque era lo que se suponÃa que debÃa hacer, cambié los jeans y las Converse por polleras tubos y 'puperas' porque, de nuevo, eraaa lo que se suponÃa que debÃa hacer. Le lleré a mi mamá para que lleve al gimanasio, llegamos a un acuerdo: natación -tres veces por semana-, empecé a comer un poquitito menos e intné hacer abdominales antes de ducharme. Me puse de novia con un chico que no me gustaba porque no podÃa estar con la chica que me gustaba y ¡¡todo el mundo estaba teniendo novie!! Ugh. Corté con él, me peleé con la chica que me gustaba -era mi mejor amiga o algo parecido-, nos 'arreglamos' y empezamos el secundario juntas. Cada una conoció a grupos distintos y nos separamos. Yo empecé a estar cada vez peor, no hacÃa nada porque, realmente, no podÃa y lloraba todo el tiempo. Hasta que dejé de llorar. Empecé a dejar de comer, la plata del almuerzo iba a libros y la cena iba siempre al inodoro. Dejé el jugo, las galletitas y la leche de la mañana por un café, mi única comidad -bah, bebida- del dÃa. Comencé a ir al gimnasio de verdad, iba seis dÃas por semana y los domingos salÃa a correr.
[[[voy a dejarlo asà por ahora porque me cansé]]]